Pre-lactancia

Durante el último trimestre de gestación acudí a clases de preparación al parto. Eran sesiones que se repetían dos veces por semana en las que una matrona nos aleccionaba sobre cuales eran las señales a las que teníamos que prestar atención cuando se acercará el término de nuestra dulce espera.  En esas charlas nos recordaba una y otra vez que si había perdida de sangre  o si se producía la rotura de la bolsa debíamos acudir de inmediato al centro de salud, pero que si los primeros síntomas que percibíamos eran contracciones, debíamos esperar a que estas se produjeran espaciadas entre 5 y 10 minutos siempre que fuésemos primerizas y no esperar tanto si era nuestro segundo parto.

En ellas también nos mostraba como debíamos respirar para afrontar las diferentes fases del parto, haciendo inspiraciones más o menos rápidas o profundas dependiendo de la fase en la que nos encontráramos. Al tiempo, tumbadas en el suelo, nos mostraba cuales eran las posturas mas adecuadas para descansar la espalda en esas últimas semanas, sin olvidar aquella en la que debíamos simular que estábamos ubicadas en el temido potro agarradas a los tobillos con fuerza para efectuar un falso pujo.

También había espacio en ellas para hablar del expulsivo, de la epidural y de los cuidados que debíamos propiciarle a la cicatriz que muy posiblemente nos produciría la episiotomía, una nueva palabra que junto con otras tantas desconocidas, como oxitocina o monitorización, comenzaron a teñir con un tono grisáceo lo que se suponía que debía ser un parto natural y que tantas veces había imaginado como una experiencia primitiva en la que mi fuerza física y mental me ayudarían a traer a mi hijo al mundo, en la que el personal médico únicamente estaría presente para solventar posibles complicaciones.

Hubo tiempo además para explicar la importancia de tener un periné suficientemente elástico en el momento de la expulsión, hecho que podíamos conseguir aplicando aceite de rosa mosqueta en esas semanas previas al gran día del parto. Hizo incluso referencia a un ejercicio de contención de orina para recuperar posteriormente la elasticidad en la vagina, reforzando la musculatura de la zona para evitar en la medida de lo posible perdidas de orina tras el parto.

Esas clases tenían una hora de duración, media hora para la exposición teórica y otra media para los ejercicios de respiración y relajación.

En esos tres meses no me perdí ninguna de aquellas sesiones y tan solo en una de ellas la matrona hizo referencia a la lactancia. No hablo de la importancia de que el primer contacto entre el bebe y el pecho debía producirse lo antes posible; ni de que cabía la posibilidad de que en el nido se le suministrara suero glucosado, incluso algún biberón de leche artificial; tampoco de la importancia de tener al peque al lado para poder satisfacer su necesidad de alimento tan pronto como lo requiriera, aunque esta incumpliera los horarios establecidos por pautas estrictas y totalmente incompatibles con las necesidades de un recién nacido….

Esa única referencia a la lactancia se produjo además en un tono tan jocoso que salí de allí preguntándome si había estado presente en la escenificación de un chiste o de un consejo real. “Cuando llegue el momento de dar el pecho por primera vez, si optáis por la lactancia materna, pedid a vuestro marido o compañero que expulse de la habitación a todas las visitas, en especial a madres, cuñadas y suegras… de buena mano os prevengo contra su presencia en la habitación si queréis tener éxito en esa misión”. Recuerdo habérselo comentado a mi compañero de pasada. En aquel momento no entendí que podía haber de malo en que las abuelas de mi hijo o sus tías estuvieran presente mientras amamantaba a mi hijo ¿no se suponía que la lactancia era algo natural? ¿Por qué debía hacerlo en soledad la primera vez?. En ese momento me pareció un consejo un tanto pretencioso y no volví a pensar en él, pero cuando mi compañero invitó a mi madre y a mi suegra a que abandonaran la habitación cuando me disponía a iniciarme en el viaje de la lactancia comprendí y agradecí ese consejo…

Mi posterior experiencia como mama lactante y fundamentalmente el contacto con los grupos de lactancia me han hecho darme cuenta de la gran laguna existente en los cursos de pre-parto. Resulta imprescindible en todos ellos la existencia de no una, sino varias exposiciones referentes a la lactancia: la importancia de las primeras horas; prevención de malas posturas de colocación del bebe; información sobre la subida de la leche, la importancia y beneficios del calostro en el lactante; trucos para evitar las típicas molestias de mastitis, grietas en los pezones, mal agarre del bebe; desmitificar la rigidez de tomas y dar a conocer la normalidad de la lactancia a demanda; la importancia de la tranquilidad de la mama y el apoyo imprescindible de la pareja y familia que la acompañe esos primeros días….

Al conjunto de todas estas cuestiones imprescindibles para al menos intentar una lactancia exitosa deberían dedicarse no uno, ni diez, ni veinte, sino muchos minutos, tantos como hiciera falta para recuperar la confianza en que podemos realizar con naturalidad algo para lo que estamos biológicamente preparadas, para lo que no necesitamos nada mas que confianza en nosotras mismas y en nuestro cuerpo. Deberían estar integradas en el programa de las matronas como “pre-lactancia” y ser impartidas con normalidad y rigor dentro de los cursos de preparación al parto.

Mientras eso sucede y asistimos a la normalización de la preparación a la lactancia podemos contar afortunadamente con la inestimable labor de los grupos de apoyo que con sus charlas a embarazadas llenan de información y respuestas las lagunas que en otras culturas se suplen con la imitación del entorno, tras haber observado durante años a las mujeres de la familia cumpliendo su labor de mamíferas con naturalidad, y que en nuestra sociedad super-evolucinada tecnológicamente hemos olvidado.

Con esas charlas de pre-lactancia nos colocamos en el punto de partida de una nueva carrera de reaprendizaje que nos permitirá abandonar el analfabetismo biológico en el que nos hemos sumido, para volver a ser lo que nunca debimos dejar de parecer: mamíferas.